La mano ejecutora
Sobre la inmaculada superficie, inerte y frío, descansa el mutilado y rollizo cuerpo...Siguiendo el protocolo cada cosa ocupa su lugar; a la derecha hábilmente colocadas, alineadas todas ellas de mayor a menor, destellaban afiladas y asépticas, las piezas que componen el instrumental. A la izquierda, unos finos guantes de látex color hueso, esperan las diestras manos que inicien la labor. Con la indiferencia que provoca la rutina alguien se dispone a comenzar; extiende las manos en busca del látex, primero el derecho, el izquierdo después; mueve los dedos en busca de incómodas arrugas que entorpezcan su trabajo, reajusta meticuloso, hasta conseguir que el látex se convierta en su segunda piel. Con el escenario preparado y cada quién en su lugar, ha llegado el momento…Alza la mano, pide instrumento, y practica la primera incisión. Abierta por completo la cavidad torácica, escruta sereno mientras piensa y decide los pasos a seguir. Cambia el instrumento que sostiene por otro más pequeño, el idóneo para separar el tejido sobrante e inservible que molesta. Con manos hábiles separa y sujeta el apéndice, la vista se le nubla en ese preciso momento, un extraño sudor frío recorre su frente, y esa mano de ejecución certera y pulso sereno, inicia por su cuenta, una serie de ligerísimos e inesperados movimientos. Atónito, observa la traicionera mano, que parece actuar por voluntad propia, ajena por completo a la mente que domina, e impositiva, marca la pauta y el compás.
Aumenta el ritmo cardíaco, se apoya ligeramente en un taburete, cierra los ojos para no ver al mundo, o lo que viene a ser lo mismo; que el mundo no presencie ¿su derrota? , respira profunda y lentamente, mientras piensas en todas las veces que ha hecho lo mismo a lo largo de estos años, y al hacerlo, no recuerda que le haya sucedido anteriormente nada semejante...siempre hay una primera vez!, se dice a sí mismo en voz baja, con una mezcla de frustración, tristeza, e impotencia. Una mano deposita algo áspero y dulzón bajo su lengua, se toma otros dos minutos de descanso, comprueba complacido que el temblor va remitiendo, y poco a poco, vuelve a dominar la rebelde mano que sujeta a su antebrazo, es la hacedora de tan delicada tarea. Recompuesto, retoma la acción interrumpida, y decide concluir cuanto antes tan azarosa actividad.
Extraños ruidos que provienen de la antesala perturban la paz recientemente recuperada, crece el estruendo y rompe la armonía que reina en la sala. A poco de finalizar con la tarea, alguien irrumpe en la habitación, se oye el estruendo de un portazo, mientras un sujeto con voz aguda y cansina vocifera a sus espaldas:
¡Corta ya el dichoso pollo!