El la quietud de la
noche
La danza de las
sombras me lleva por caminos infinitos, el silencio como único compañero,
mientras la noche despierta los recuerdos. El libro que
quedó dormido sobre la mesa me acompaña, y la nostalgia me trae su recuerdo.
Los años han pasado
junto a él a modo de suspiro, un suspiro suave, cálido, y fugaz. Apaga el
cigarrillo, y mientras el humo que asciende dibuja formas caprichosas en el
aire, mira su mano, y con la habilidad
que proporciona la rutina, deja que el pulgar juguetee con un anillo ya desdibujado.
Intenta recordar aquel grabado y mil escenas cotidianas acuden de inmediato;
una playa de agua clara en un verano aún más claro, los claros ojos que
observaban la inocencia de una niña, en su vano intento de atrapar la blanca
espuma. Otro niño le visita en esta hora de reflexiva calma, el de tez
sonrosada, ojos azules y áureo cabello que lleva dentro. Son las cuatro de la
madrugada y sigue sentado frente a un libro que no está leyendo; la noche es su
aliada, le presta el silencio que el día con su incesante ir y venir le
arrebata, le acoge con abrazo de madre, en su regazo vierte los sinsabores y
retoma fuerzas para encarar el nuevo día.
Y las noches se suceden, y un libro cerrado y polvoriento me
acompaña en todas ellas. Son las cuatro de la madrugada y aquí sigo, meciéndome
en las nubes, esperando que regreses para concluir el libro de la vida.