EN LOS
ZAPATOS DEL OTRO
Por
aquello de que siempre es mejor lo que no se tiene, envidiaban el zapato ajeno.
Todos pensaban lo mismo sin llegar a decirlo: “el suyo es mejor”, “mira, es de
marca”, “aquel es más ancho y tiene tacón”, “yo quiero las sandalias para que
no me hagan rozaduras”.
Y un día
de tantos, por aquello de probar, decidieron cambiarse los zapatos durante una
semana.
Los
pusieron todos en un montón y con los ojos vendados, cada uno de ellos eligió
un par.
Y
surgió el primer problema…Unos tuvieron suerte y encontraron la pareja de
inmediato, mientras otros rebuscaron y creyeron haberla encontrado. Los menos
afortunados tuvieron que quedarse con lo que nadie había querido.
Y le
sucedió el segundo…pies anchos que no cabían en los zapatos, zapatos anchos
para pies escuálidos, hombres con zapatos de tacón en los que sólo les cabía el
dedo gordo, zapatos de finísima piel que no se acoplaban al pie que los
calzaba, un zapato de tacón para el derecho y una sandalia para el izquierdo,
zapatos iguales para pies distintos, y unos pocos, con la suela tan fina, que
con tan sólo tres pasos el asfalto les quemaba hasta los mismísimos tobillos.
Y llegó
el tercero…pies hinchados, torceduras de tobillos, dolores de espada, rodillas
desolladas de tanto tropezón, y en el alma de todos, una terrible
insatisfacción.
Y la
única ventaja del añorado cambio…Dejó de importarles la piedra que se lleva en
el zapato. Es tu piedra, tu zapato y tu camino…producto
y consecuencia, la causa, no tiene demasiada relevancia.